lunes, 4 de diciembre de 2006

Rafael Unda y sus recuerdos


El siempre recordado compañero de las aulas del Gonzaga, Rafael Unda, ha enviado el material solicitado trayendo a la memoria aquellos días felices, de la época en que veíamos el mundo de distinta forma.
Su misiva destila nostalgia y les invito a solazarse con ella, exhortándoles a hacer lo propio, es decir, a compartir esos momentos ya lejanos en los nos unió una amistad desinteresada y pletórica de anécdotas.

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Las “minimemorias” de Rafael

El ginecólogo José Rafael Unda Mera, comparte con nosotros:

Verdaderamente fue un privilegio que me otorgó la vida el haber pasado por las aulas del San Luis Gonzaga. Fue el destino o en otras palabras la voluntad de lo que conocemos como Dios lo que determinó el trazado de aquel camino. Seis años compartimos con aquellos compañeros, con algunos maestros que viven todavía. No olvido la rigidez de los jesuitas, quienes en un derroche de servicio inconmensurable contribuyeron a nuestra formación. De aquellos algunos ya no están con nosotros, pero Jaime Crespo y Gonzalo Arroyo, ayer maestros, hoy amigos queridos viven y son ecuatorianos ejemplares.

Recuerdo que muchos luchábamos por comprar nuestros libros y cuadernos. La modestia de la mayoría de los hogares de donde proveníamos nos impulsaba a vivir y subsistir, por el día a día de aquellos años de adolescencia y temprana juventud. Luego salimos a buscar el complemento de nuestra formación intelectual y cada gonzaga, cada amigo y cada compañero tomó tal o cual camino que muy probablemente es el marco de su realidad cultural, social, profesional e incluso económica. No todos los compañeros se convirtieron en amigos pero si hubieron gonzagas de otras promociones, que nos brindaron su amistad.
Concordarán ustedes conmigo, que en los años de formación se producen situaciones que nos duelen y que hoy, maduros como estamos, nos provocan sonrisas al recordar esos momentos. Pero que profunda alegría hace vibrar nuestro corazón cuando algún compañero querido de nuestro colegio, independientemente de su promoción detiene su marcha y afectuosamente se acerca no solo para darnos la mano, sino para darnos el abrazo efusivo y de pronto recordamos la sonrisa juvenil en el rostro actual de los que ya lucimos canas.

Y con el perdón de ustedes, en el caso de mi actividad, mi vida se ha llenado de grandes satisfacciones espirituales, al poder servir a queridas amigos como Fausto Segovia, Hugo Freire, Edgar Cabrera, Carlos Nieto, José Luis Hidalgo, José Vega, Raúl Barahona, Rubén Amores y tantos otros cuyos nombres se me escapan. No saben ustedes el deleite que se siente poder servir como intermediario de la vida que se prolonga hacia nuestros hijos, cuando la luz del sol los acaricia al recibirlos a la existencia en este mundo.
Van a ser cuatro años desde que Dios me dio la más grande lección de mi vida, cuando restituyó a su lado a la mujer que fue mi esposa y quien compartió toda su vida, su belleza y su amor conmigo y mis hijos. Necio hasta entonces comprendí que los médicos no somos dueños de la vida, que el Creador, ese padre amoroso, es el único dueño de la vida y cuando El ha tomado sus decisiones inescrutables para nosotros, tenemos que acudir a su llamado nos guste o no, luchemos o no. En ese momento se igualan las diferencias culturales, sociales, raciales o económicas e igualmente como nacemos “solos y desnudos” tenemos que marcharnos “solos y desnudos”.
Cuánto apoyo y sostén espiritual recibí de Hugo Freire y de Carlos Loor y de todos mis compañeros de promoción, en aquellos momentos en que mi corazón flaqueaba cuando la muerte me iba ganado la partida y mi mujer se iba marchitando. Esos instantes vitales me enseñaron a comprender el verdadero sentido de la amistad.
Que fabuloso es saber que ustedes se reúnen y disfrutan momentos juntos y creo que lo harán muy probablemente con sus esposas e hijos, eso es vivir la vida a plenitud. Compartir el deporte, la música, el chiste y saber que estamos vivos, que alguien nos aprecia, que tenemos más que ofrecer en nuestras vidas. Aceptar que la vida es hoy, que quizás el mañana no llegue. Que hoy debemos perdonar, que hoy debemos amar y compartir.

Unos de los amigos que admiré por ejemplo fue Marcos Andrade y siempre a los de su promoción les preguntaba que será de aquel gonzaga, elemento honesto y un deportista excepcional. Qué satisfacción saber que ustedes se reúnen con él y comparten momentos de esparcimiento. He tenido el privilegio de compartir con Carlos Nieto momentos inolvidables de música en mi casa y una de sus hijas nació en mis manos. Con Pablo Endara Y Edgar Proaño, hicimos alguna vez música con Claudio Jácome, recuerdos del alma (ya que estuve con mi esposa) y que jamás volverán. Y Jorge Aguirre con esa generosidad de siempre, me permitió admirar las fotos en las cuales se ven rostros de los amigos, de la primera promoción. Fue algo que honestamente me llegó al alma y me encantaría en alguna ocasión compartir con ustedes.

Recuerden que la vida es demasiado corta.
Por eso mi mensaje para ustedes, recordados amigos y compañeros:
Jamás olviden amar, segundo a segundo, lo que Dios les regaló como un don. Dejen en el cerebro de sus hijos la huella de la honestidad, de la lucha por la vida, pero sobretodo del amor que debemos sentir, en este corto camino al cual denominamos vida.
Al enviarles mi saludo con la camaradería propia del gonzaga, no hago sino reiterarles mis sentimientos de estimación, de amistad y de servicio, con el que siempre estaré a sus gratísimas órdenes. Qué bueno para el corazón es saber de ustedes.
José Rafael Unda Mera.
Gracias Rafael por tus recuerdos. Los atesoramos.
El Editor

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